Proyecto JFS y el hombre de la capilla de piedra

El documental «Juan» se adentra en la relación de su director, con los recuerdos sobre del místico artista merideño, Juan Félix Sánchez, para entablar un diálogo entre el creador, su memoria y la obra

Cuando dejamos de ver y empezamos a observar a veces se nos revelan ciertas cosas que por la falta de curiosidad no sabíamos que existían.

 
¿Qué tanto sabemos de nuestros padres y del legado que nos están dejando? Quizás ni ellos mismos lo saben.
 
Sin darme cuenta, esta pregunta motivó el comienzo de mi aventura e hizo que con el pasar del tiempo se me revelara la premisa en la que se sustenta nuestro trabajo que en sus inicios, simplemente, era una forma libre de experimentar el mundo audiovisual. 
 
Juan Félix Sánchez y su historia siempre estuvieron a mi alrededor, pero no le daba mayor importancia. Era parte de la vida de mis padres y sus amigos, significaba para ellos el comienzo de su vida como creadores de arte y productores culturales; los hacía sentirse parte de algo más grande que ellos y apostaron por mostrar cosas que percibían como mágicas, bellas e irrepetibles. 
 
Sin embargo, sin mayores expectativas, un día del año 2014 me embarqué en una búsqueda a ver qué quedaba de este personaje, ya que para mi generación —y para varias antes y todas después de la mía— de Juan sólo se escuchaba gracias a la capilla que queda a la entrada de San Rafael de Mucuchíes, en la vía a la ciudad de Mérida; posiblemente para la mayoría ni siquiera signifique nada. Sólo saben que existe una capilla de piedra en el estado Mérida y lo saben porque la han visto en postales o folletos de promoción turística de Venezuela. 
 
Junté un grupo de amigos cineastas —la mayoría merideños— y pensé que por la conexión que tengo con ellos y que por ser ellos de la zona, nos vincularíamos al trabajo de manera más personal. 
Al inicio nuestro objetivo era hacer lo que más nos gusta, sin amarrarnos a nada; no había guion ni expectativas por lo que íbamos a crear; se podría decir que era un experimento de producción audiovisual, que en ese momento no había ánimos de que esto se convirtiera en algo específico o rígidamente establecido. Nuestros movimientos sólo consistían en seguir los rastros de un personaje que se había desvanecido en el tiempo y que sus huellas, en los recuerdos de los que lo conocieron, nos irían marcando el camino que debíamos recorrer, además, con la libertad de que cada uno en su especialidad experimentara a favor de la investigación.
 
Poco a poco este personaje se transformó en un sin fin de hipótesis, cada día se volvía más interesante, ya estábamos atrapados, nada nos podía alejar del tema, nuestras conversaciones solo giraban alrededor de lo que íbamos descubriendo y la curiosidad era nuestro mayor motor de búsqueda.  
 
Juan es un hombre complejo, un hombre con secretos, un personaje único y el pueblo de San Rafael protege la “versión oficial” de su historia por entender que son ellos los responsables de mantenerla y que de ella depende, en gran parte, su propia supervivencia marcada por todos lados por Juan Félix Sánchez y su obra.  
Pero esta versión no era la que buscábamos
 
Adentrándonos en el páramo durante la única semana donde el sol de mayo brilla en esos parajes, los paisajes —donde sentirte mínimo es lo más natural— nos inspiraron e inyectaron una energía de creación sin control, sumada a las ganas de querer saber más y de que lo que estábamos haciendo ya no era simplemente un experimento audiovisual: todo estaba cargado de algo, de una responsabilidad de querer saber para poder mostrar más y quizás —sólo quizás — y sin saber muy bien cómo, el personaje olvidado resucitase en la memoria de los desmemoriados de todo el país.
 
Cuando hablo de responsabilidad me refiero a la preservación de la memoria y obra de Juan, asunto evidente y obligatorio que también corresponde al gobierno nacional, debido a que el personaje y su obra fueron declarados en los años 80 — y por decreto presidencial— Patrimonio Cultural de la Nación y porque, lamentablemente, sus descendientes directos no asumieron esa labor. 
 
La memoria corta nos persigue y sus consecuencias las vivimos todos los días. Este personaje pasó de haber sido uno de los más grandes iconos de nuestra historia del arte contemporáneo a ser un montón de objetos tirados en una construcción de piedra en lo más profundo del páramo y en una capilla situada en las fauces de un pueblo donde ya ni sus puertas están abiertas al público debido al maltrato y desinterés por lo nuestro, por nuestra falta de amor, y porque los que la cuidan ya no pueden seguir luchando solos sin el respaldo de los que pueden y deben aportar para su preservación. 
 
Nuestro viaje cumple ya tres años y medio de aventura y creación. Ese recorrido se transformó en una experiencia para transitar todas las ramificaciones de mi trabajo a través de la realización de obras de arte multimedia, ficciones experimentales, documentos audiovisuales y animaciones orgánicas, algunos han rodado por el mundo con sorpresa y reconocimientos, otros están en proceso de finalización. 
Si un personaje fallecido hace 20 años puede generar todo este flujo de inquietudes y creación imparable en una generación joven, ¿cómo es posible que su legado termine en el olvido? ¿Cómo podemos permitir eso?
 
Parte del hallazgo al revolver sus rastros fue darnos cuenta de que nuestra participación en este mundo de los vivos no está ligada a nuestra muerte física sino al recuerdo que dejamos en el otro, la única forma de inmortalidad conocida hasta ahora. Que esto suceda y el cómo se manifieste va ligado a muchas cosas; empieza por nosotros en vida, con la claridad de lo que queremos que se recuerde, de lo que queremos dejar a este mundo, de quiénes somos y de que si lo que somos servirá de algo a alguien cuando llegue el momento de partir. 
 
Nuestros padres hacen de nosotros, de alguna manera, lo que somos, pero ¿qué haremos nosotros de nuestros hijos? ¿Cómo descubrir qué les queremos dejar y cómo les va a funcionar eso para que ellos sean los siguientes al mando de nuestra inmortalidad?
 
Juan se hizo responsable de que por donde él pasó su huella dejó y de una forma muy particular sembró en algunos algo que los cambió, dándole a ellos la oportunidad de ser parte de su huella. Si no lo hubiese hecho, uno de los hijos de esas personas que compartieron en su presencia no estuviese invocando su memoria y, en consecuencia, su legado; ni siquiera estarían leyendo estas palabras ya que no las hubiera escrito.
 
El Proyecto JFS no se trata sólo de Juan Félix Sánchez, es un grito creativo para no olvidar lo que debería ser inolvidable.

Fuente: El Universal